domingo, 31 de agosto de 2008

VII.- Figura moral

La moral articula el comportamiento y da sentido a la actividad intelectual. Es indigno el político que miente, es un maestro falso el que practica lo contrario de su enseñanza, es un sacerdote espurio el que contraviene sus propias prédicas. Ninguna fe ni respeto intelectual puede tenerse a un autor, si una indagación de sus cualidades morales revela que es insincero, hipócrita, corrompido, pedante ó fanático.

Visto desde el ángulo moral, el Libertador se presenta como un celoso apreciador de la virtud; la formación ética personal tiene, a su juicio, una clara repercusión social; sin hombres virtuosos no existe república, sin personalidad moral que oriente y rija la conducta nada se hace. Tan imbuido estaba de estos principios que llegó a concebir una escuela de virtudes, que no es otra cosa pretendía su discutido Poder Moral. Y la historia se ha encargado de ratificar la exactitud del anhelo bolivariano; buena parte de los trastornos políticos y de la defectuosa obra administrativa de los gobiernos de América, se ha debido a una palpable carencia de virtudes públicas. Se ha ido estructurando en las multitudes, a costa de violaciones de la palabra empeñada, una imagen del político, absolutamente distinta de la pensada y realizada por Bolívar. A los ojos de las mayorías continentales el individuo sin moral es el verdadero "político", por eso el peculado, la concusión, el soborno, el fraude y la mentira bajo múltiples formas, han proliferado causando tanto daño. No yerra el Libertador al estimar que nuestra primeras necesidades son: moral y luces; su estribillo insiste: "la mejor política es la rectitud", I-652, "la felicidadconsiste en la práctica de la virtud", II-1136. Sin un gobierno moral la sociedad se extravía, no se olvide que "a veces son los hombres, no los principios los que forman los Gobiernos", II-1142.

Los elogios son frutos del amor y no de conocimiento. La simpatía es incompatible con la ciencia, y peligrosa porque adultera la verdad. Bolívar conocedor del ínfimo valor de las alabanzas, aspiraba por ello que lodefendieran con razones y argumentos sólidos. Las alabanzas han creado en América una tradición, nefasta en el sentido de confundir la opinión pública (1). Tradición nefasta además en cuanto a contribuir al engreimiento de los mandatarios y propiciar así la corrupción; el efecto degradante de los elogios se mira en la vanidad y pedantería de los peores gobernates americanos (2).

Cualidades morales de Bolívar son la nobleza de espíritu y la constancia. La nobleza espiritual ya supone una serie de virtudes, supone sobre todo una buena capacidad de desprecio; Bolívar sabía despreciar, sorprende que en sus cartas no se ocupe, con la debida insistencia, de sus enemigos; trabajo cuesta indagar en su correspondencia los nombres de sus adversarios (3).

La constancia es el denominador común de la empresa de Bolívar; jamás cede él en su propósito, su voluntad "no desmaya y aun se fortifica con la adversidad", II-105, por eso la consigna de Pativilca ha llegado a simbolizar su carácter. "El valor, la habilidad y la constancia corrigen la mala fortuna", I-43, dijo en su primer memorial político. Es efectivo el afán que jamás se doblega.

Su carácter práctico y dinámico, encaminado directamente hacia sus objetivos, explica una de sus críticas básicas a los hombres de la Primera República, quienes, a juicio de Bolívar, se equivocaron al pensar que sus principios saldrían victoriosos y serían respetados por su sola verdad y bondad intrínseca. El triunfo de una doctrina es obra de tenacidad y de lucha, su bondad es aliciente y estímulo para que sus propugnadores no la abandonen.

La vida entera de Bolívar fue fiel a la idea de la necesidad de acción permanente; reconocía en todo instante la creadora proyección de la energía, sin ella "no resplandece nunca el mérito, y sin fuerza no hay virtud, y sin valor no hay gloria", II-326. En la historia halla asideros, recuerda que más valió a Cicerón un rasgo de valentía que todos los prodigios de su genio. Si se investiga el perfil de su deber, se comprende por qué existe en Bolívar junto a un carácter generoso un hombre riguroso e inexorable, terrible cuando las circunstancias son terribles. Su actividad utiliza los elementos propios de la disciplina y de la fuerza cuando ha menester; no solo fusila desertores y traidores y encarcela delincuentes y deudores del Estado, sino que su justicia toca sus allegados (4). En hora crítica, obligado a restar una ventaja a sus antagonistas, decretó la guerra a muerte; después vino el momento de celebrar el tratado regularizador de la contienda; y el mismo firmante de la proclama de Trujillo señaló más adelante a sus soldados "la obligación rigurosa de ser más piadosos que valientes", II-1173.

El Libertador tenía noción de su propia personalidad, y sabía los linderos y el tamaño de su esfuerzo. Conoció la magnitud de su obra; era llano y sencillo. En las páginas de Peru de Lacroix, quien lo retrata con ojos de intimidad, se advierte la personalidad de Bolívar constituida por rasgos sobrios y severos, fáciles en todo momento de ser reconocidos y observados sin misterio.

La figura moral de Simón Bolívar se refleja en todas sus expresiones. El investigador científico no encuentra inconsecuencias en los escritos de Bolívar, porque no los hubo. Don Vicente Lecuna, sabio en materia bolivariana, recogió en forma que obliga la gratitud del mundo, la obra escrita del Libertador. La honestidad y competencia del eminente compilador es garantía suficiente de que no ha habido lagunas convencionales, ni tergiversaciones, ni enmendaduras. Las fuentes, siempre claras, están indicadas en las publicaciones hechas por Lecuna, con toda precisión.

Mas no es necesario buscar en los libros la dimensión moral de Bolívar, más que en palabras ella consta en hechos, está en la vida de quien pudo decir: "¡Para qué necesitaré yo de Colombia! ¿Hasta sus ruinas han de aumentar mi gloria! Serán los colombianos los que pasaran a la posteridad cubiertos de ignonimia, pero no yo. Ninguna pasión me ciega en esta parte, y si para algo sirviera la pasión en juicios de esta naturaleza, sería para dar testimonios irrefragables de pureza y desprendimiento. Mi único amor siempre ha sido el de la patria: mi única ambición, su libertad" II-314.

Como prueba de su grandeza espiritual resplandece la respuesta dada a la expulsión de Venezuela y al desconocimiento y al vejamen en su hora final: "Es mi voluntad, que después de mi fallecimiento mis restos sean depositados en la ciudad de Caracas, mi país natal", II-988.

NOTAS:


1. La respecto Don Santiago Key-Ayala ha escrito las siguientes líneas que compartimos integramente, y las cuales tienen, por cierto, un motivo idéntico al que nos ocupa, pertenecen a un estupendo ensayo sobre el Libertador: "Tuvimos y tenemos reales valores. Sólo que la hipérbole indiscriminada, el elogio falso o desmedido, la embriaguez de palabras, nos ha hecho desconfiados. Allí reside la razón de una desgracia nacional contra la cual dbemos reaccionar con energía varonil. La duda de nosotros. Tanto se ha exagerado, tanto se ha aplicado a lo que vale y a lo que no vale, igual elogio, que la opinión general desorientada ha concluido por defenderse de engaños con la coraza de la duda", Key-Ayala, S.: Vida ejemplar de Simón Bolívar. Tip. Americana. Caracas, 1942, pág.135.

2. Decía Bolívar: "No creo ninguna cosa tan corrosiva como la alabanza: deleita al paladar pero corrompe las entrañas", I-736. Con dura palabra un joven pensador venezolano reaccionó contra tan efectivo auxiliar del despotismo: "La única libertad que no debe consentirse en una república es la lisonja -dijo Luis López Mendez- porque ésa establece una escuela fatal donde se pierde toda noción de moral y dignidad. Es un liberticida todo aquel que elogia sistemáticamente a los hombres". Cf. nuestro: En fuga hacia la gloria. Cuadernos Literarios de la Asociación de escritores Venezolanos, Nº 57, Caracas, 1947, pág. 25.

3.- En más de dos mil trescientas cartas, los nombres de Soto y Azuero, los más caracterizados enemigos de Bolívar (después de Santander), figuran cada uno alrededor de veinte veces. Cf. Indices Onosmáticos de las Obras Completas, I y II.

4. En carta de abril de 1827 dice a Páez: "En la semana pasada ha sido testigo Caracas de un acto de justicia, que ha contribuido en mucho a la moral pública y a dar una prueba de que la ley es igual para todos, pues que su peso cayó sobre uno, por el cual se empeñaban hasta mis parientes; pero yo,volviendo a mi carácter, fui inexorable", II-89. Lecuna comenta: "Se refiere al fusilamiento del joven Juan José Valdés, condenado a muerte por un crimen pasional. Valdés era hijo del coronel Juan José Valdés y de la Señora Ana Josefa Negretti, emparentada con Josefa María Tinoco, la mujer de Juan Vicente Bolívar", II-89.

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